viernes, 26 de junio de 2009

San Juan Bautista


Ofrecemos nuestra traducción de un artículo de Manuel Nin, para L’Osservatore Romano, sobre la natividad de san Juan bautista en la tradición bizantina.***La figura del profeta y “precursor” (pródromos) Juan Bautista es una de las más celebradas en la tradición litúrgica bizantina. Como para Cristo y María, se celebra la concepción (23 de septiembre), el nacimiento (24 de junio) y la muerte (el martirio, la decapitación, el 29 de agosto). El Bautista es recordado, luego, el 7 de enero, inmediatamente después de la fiesta del Bautismo de Cristo, según la praxis de las liturgias orientales por la cual el día siguiente a una gran fiesta celebran al personaje por medio del cual Dios lleva a término su misterio de salvación. Se celebra también el hallazgo de las reliquias (la cabeza) de Juan, mientras que cada martes la Liturgia lo conmemora de modo especial.
Las celebraciones de la concepción, del nacimiento y de la muerte ponen al Bautista junto a Cristo y a la Madre de Dios, y esto se refleja también en la iconografía: el Déisis es el ícono de los grandes intercesores, María y Juan, con Cristo representado como el rey sentado sobre el trono de gloria, que tiene a la derecha a “la reina vestida con un manto de oro multicolor” y a la izquierda al Precursor, el ángel que le prepara el camino y que lo anuncia e indica como “el cordero de Dios”.
El oficio de la fiesta recoge troparion compuestos por los grandes iconógrafos bizantinos Juan Damasceno y Andrés de Creta y por la monja Casiana (siglo IX), única mujer himnógrafa en la tradición bizantina que nos ha dejado también bellísimos textos para el miércoles santo y el sábado santo. Toda la liturgia del día subraya cómo el nacimiento de Juan Bautista es el inicio del anuncio de la salvación que llegará con el nacimiento de Cristo: “Juan, naciendo, rompe el silencio de Zacarías, porque no convenía que el padre callase al nacimiento de la voz”.
Los títulos dados a Juan están siempre relacionados con Cristo: “Lámpara de la luz, rayo que manifiesta el sol, mensajero del Dios Verbo, paraninfo del esposo”. Varias veces los textos litúrgicos lo llaman “óptimo hijo y ciudadano del desierto”, mientras que la tradición monástica de Oriente y Occidente tendrá siempre gran estima por el Bautista en su dimensión de soledad y de ascesis en el desierto. Y aún en varios textos la liturgia presenta a Juan sirviéndose de imágenes por contraste: “Brote de la estéril, alba que anticipa el sol”.
El final de la esterilidad de Isabel es presentado como tipo y prefiguración de la fecundidad de la Iglesia; aquella dará a luz al Bautista, ésta da a luz a los hijos en el bautismo. El rol que los textos dan a Juan es el de intercesor ante Cristo, voz que lo anuncia, ángel que lo precede y prepara el camino; por eso, también la iconografía del Bautista muy frecuentemente lo presenta con las alas del ángel. Él es el ángel, el soldado que precede al rey, como lo canta Casiana en el oficio vespertino de la fiesta: “Precediendo como soldado al rey celestial, realmente allana los senderos de nuestro Dios, hombre por naturaleza pero ángel en cuanto al modo de vida; abrazadas la castidad perfecta y la templanza, las poseyó según naturaleza”.
Diversos troparion ponen en paralelo, con un fin claramente cristológico, el nacimiento del Bautista y el nacimiento de Cristo, nacimiento de la voz y nacimiento del Verbo, nacimiento de una estéril y nacimiento de una Virgen; el del Bautista no ocurre sin concurso humano, mientras que el de Cristo ocurre de la Virgen sin concurso humano: “Celebramos al precursor del Señor, que Isabel ha dado a luz como madre estéril, pero no sin semilla: Cristo sólo, de hecho, ha atravesado una tierra no transitable y sin semilla. A Juan lo ha generado una estéril pero no sin hombre lo ha dado a luz; a Jesús lo ha dado a luz una Virgen pura, cubierta con la sombra del Padre y del Espíritu de Dios”.
El ícono de la fiesta retoma el del nacimiento de la Madre de Dios, y con muchas semejanzas el del nacimiento de Cristo. En la parte superior, Isabel está tendida en el lecho, después de haber dado a luz al niño, en la misma disposición que Ana en el ícono del nacimiento de María, y de ésta en el ícono del nacimiento de Cristo. Las tres mujeres en los tres íconos son símbolo de la fecundidad de la Iglesia por medio del bautismo. En el ángulo inferior vemos diversas mujeres que lavan al recién nacido, escena que encontramos también en los íconos de los nacimientos de María y de Cristo. En los tres, el recién nacido es lavado en una jofaina, con una simbología ligada al bautismo.
En un ángulo, Zacarías escribe en una tablilla el nombre del recién nacido, Juan. También Joaquín y José ocupan un ángulo en los íconos del nacimiento de María y de Cristo, el primero en una actitud de contemplación del misterio y el segundo representando en sí mismo el asombro de la humanidad frente al misterio de la encarnación. Aquel que es “profeta de Dios y precursor de la gracia”, que anuncia y precede el don de Cristo, lo celebramos hoy en el misterio del nacimiento de una pareja de ancianos, avanzados en los años pero hechos fecundos por la gracia del Espíritu, que de la vejez y de la esterilidad hace fructificar la verdadera alegría.

miércoles, 29 de abril de 2009

Avisitos Parroquiales

Reunion de Pastoral de la Salud.
El SABADO 2 DE MAYO 16 HS nos reuniremos en el Salon Santa Bernardita para coordinar la visita a enfermos. ¡Te esperamos!

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Accion Católica: El area adultos comienza sus reuniones el viernes 8 a las 18 hs. Preguntar por Gladys. Los esperamos!

viernes, 10 de abril de 2009

santo triduo pascual.

Traducción del artículo publicado por el Padre Matias Augé sobre la historia del Sagrado Triduo Pascual.
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Los primeros testimonios explícitos de la celebración anual de la Pascua son de la mitad del siglo II y provienen de las Iglesias de Asia Menor que celebraban la Pascua el 14 de Nisán, día en que los judíos tenían prescrito inmolar los corderos. Estos cristianos, llamados precisamente “cuartodecimanos”, convencidos de que la muerte de Cristo había sustituido el Pesah judaico, celebraban la Pascua ayunando el 14 de Nisán y terminaban el ayuno con la celebración eucarística que tenía lugar al final de la vigilia nocturna entre el 14 y el 15 de Nisán. Las otras iglesias, guiadas por Roma, celebraban la Pascua el domingo después del 14 de Nisán.
Eusebio de Cesarea (+ 339-490) nos informa en su Historia Eclesiástica (5, 23-25) que esta diversidad de fechas provocó una seria controversia entre Roma y las Iglesias del Asia Menor, polémica que llegó a su culmen en tiempos del papa Víctor (193-203). La controversia no consistía en el dilema de si la Pascua recuerda la muerte o si en cambio recuerda la resurrección de Cristo sino en el dilema de si la Pascua debía ser celebrada en el día de la muerte o en el día de la resurrección de Cristo. Es de notar que, en el curso del siglo III, se impone la fecha dominical de la Pascua.
Las más antiguas fuentes que testimonian la celebración anual de la Pascua provienen del área del Asia Menor y son: la Epístola de los Apóstoles, texto apócrifo escrito en torno al 150; la homilía Sobre la Pascua de Melitón de Sardes, del año 165 aproximadamente; una homilía Sobre la Santa Pascua de un Anónimo cuartodecimano de fines del siglo II; más otros textos menores. En estos documentos, la celebración de la Pascua se presenta esencialmente como un ayuno riguroso, generalmente de dos o tres días, seguidos de una asamblea nocturna de oración y lecturas (aparece la lectura de Ex. 12: la inmolación del cordero pascual), concluida luego por la celebración eucarística.
En Occidente, los testimonios sobre las celebraciones pascuales son escasos en los primeros cuatro siglos; luego, en cambio, en los siglos V-VII, son más abundantes. San Ambrosio (+397) y san Agustín (+430) hablan del “triduo sacro” (o “sacratísimo”) para indicar los días en que Cristo ha sufrido, ha reposado en el sepulcro y ha resucitado. En cuanto a la celebración del Triduo sacro en Roma, cerca del año 416, una carta del papa Inocencio I al obispo Decenzio de Gubbio, aunque no habla de “triduo”, menciona una celebración especial de la pasión el viernes y de la resurrección el domingo, y también el ayuno del viernes y del sábado. Este mismo documento testimonia que el jueves antes de Pascua no hacía referencia alguna al Triduo sacro pero era el día de la reconciliación de los penitentes. Luego, en el siglo VII, la reconciliación de los penitentes es insertada en el marco de una Misa matutina celebrada en los Títulos romanos (cfr. Sacramentario Gelasiano, nn. 352-367). El mismo Gelasiano (nn. 391-394) es testigo de una segunda Misa, que inicia desde el ofertorio, celebrada en la tarde del jueves en los Títulos, cuyo tema central es la doble “entrega” (= traditio): la entrega que Judas hace de Jesús a sus enemigos, y la entrega que Jesús hace de sí mismo a los discípulos en la Eucaristía. En la Basílica lateranense, en cambio, el Papa celebra a mediodía una Misa conmemorativa de la Cena del Señor, en el curso de la cual son bendecidos el crisma y los oleos (cfr. Gelasiano, nn. 375-390; Gregoriano nn. 328-337).
El Pontifical Romano-germánico del siglo X conoce sólo la Misa crismal (n. XCIX, 222) y la de la tarde (n. XCIX, 252) anticipada ya a la hora tercia, y coloca la reconciliación de los penitentes antes de la Misa crismal (n. XCIX, 224). Los libros litúrgicos del siglo XIII y el Misal Romano pos-tridentino de 1570 tienen sólo el formulario correspondiente a la Misa que recuerda la institución eucarística. La confección del crisma y la bendición de los óleos tienen lugar en las catedrales y son reportadas por los Pontificales (cfr. Pontifical Romano de 1596, Parte III). En el siglo XVI, la única Misa del Jueves santo ya ha sido anticipada a la mañana. Con respecto a la conservación y adoración del Santísimo Sacramento en el Jueves santo, las primeras manifestaciones las encontramos en los siglos XII-XIII (recordemos que en 1264 Urbano II instituyó la fiesta del “Corpus Domini”). La centralidad que progresivamente adquiere la adoración de las especies sacramentales en la piedad del pueblo cristiano es uno de los elementos decisivos que hará del Jueves santo un día del Triduo sacro.
El Viernes santo en Roma, en el siglo V, según las homilías de san León y la ya citada carta del papa Inocencio I, se celebra exclusivamente una liturgia de la Palabra. A mitad del siglo VII, la liturgia papal nos ha transmitido sólo las oraciones solemnes que pertenecen a la liturgia de la Palabra (cfr. Gregoriano, nn. 338-355). En la misma época, en las iglesias presbiterales de los Títulos, la liturgia de la Palabra es unida a la adoración de la Cruz y a la comunión de todos los participantes con pan y vino consagrados el día anterior (cfr. Gelasiano, nn. 395-418). En los libros litúrgicos de la alta Edad Media, la comunión no es practicada siempre. En los libros litúrgicos del siglo XIII, está prescrita sólo la comunión del Pontífice. Surgirá así la costumbre que reservará la comunión únicamente al presidente de la celebración. Esta norma pasa al Misal de Pío V de 1570 y permanece en vigor hasta la reforma de Pío XII de 1956, que permitirá de nuevo la comunión de todos los participantes.
El Sábado santo fue originariamente un día alitúrgico, dedicado a la oración, a la penitencia y al ayuno.
Momento culminante y núcleo del que ha nacido el Triduo Sacro es la Vigila pascual. En el siglo VII, tiene una rica estructura ritual basada en tres elementos fundamentales: celebración de la Palabra, celebración del bautismo y celebración eucarística (para la liturgia papal: Gregoriano, nn. 362-382; para la liturgia de los Títulos presbiterales: Gelasiano, nn. 425-462). Es de notar que la liturgia de los Títulos inicia con el encendido y bendición del cirio pascual, rito que es acogido sólo más tarde en la liturgia papal. La celebración de la Vigilia tiende cada vez más a anticiparse a las horas de la tarde hasta que con el Misal de Pío V de 1570 es fijada en la mañana del sábado. En este contexto, aparece y se consolida la Misa del domingo de Pascua: el Gelasiano (nn. 463-467) y el Gregoriano (nn. 383-391) ofrecen cada uno un formulario dominical en el cual la resurrección es presentada como parte del único misterio pascual. Las fuentes posteriores hablarán ya de domingo “de Resurrección”. Respecto al ordenamiento de las lecturas bíblicas de la Vigilia pascual, los autores no están de acuerdo en la interpretación de los datos provistos por los antiguos Leccionarios y Sacramentarios. Según la opinión más común, la antigua liturgia romana conocía dos esquemas de lecturas: uno que forma parte del Gregoriano (nn. 36-372) con cuatro lecturas del Antiguo Testamento más dos del Nuevo, y otro que forma parte del Gelasiano (nn. 431-443) con diez lecturas del Antiguo Testamento más dos del Nuevo. Posteriormente, en el Misal Romano de 1570, las lecturas llegarán a ser hasta doce del Antiguo Testamento más dos del Nuevo. La reforma de Pío XII de 1956 reduce las lecturas y conserva las dos del Nuevo (Col. 3, 1-4; Mt. 28, 1-7).
El Triduo Sacro forma parte de lo que hoy llamamos Semana Santa, la cual tenía ya en los siglos VI-VII su propia personalidad celebrativa, cuyo núcleo central es la pasión del Señor, tema que en los antiguos Sacramentarios da el nombre al domingo que precede al de Pascua. El rito de los Olivos, que en Jerusalén caracterizaba este domingo en la segunda parte del siglo IV, llegará a Roma sólo a fines del siglo X.
Concluyendo, notamos que en el progresar del medioevo se verifican algunos desarrollos en la celebración del Triduo Sacro que resquebrajarán cada vez más la armonía y unidad primitivas. Se verifica sobre todo una cierta descomposición de la unidad teológica de la pasión-muerte-resurrección en beneficio de la pasión-muerte del Señor que, entre otras cosas, se puede “representar” mejor. Surge además una tendencia a hacer la liturgia drama sagrado en la misma acción litúrgica y en las manifestaciones folklóricas que la acompañan y prolongan.
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Fuente: Messainlatino.it
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

martes, 24 de marzo de 2009

Miremos al crucificado.

San Pablo resume su predicación del evangelio de salvación en esta frase: “Nosotros (cristianos) predicamos a Cristo crucificado: sabiduría de Dios y fuerza de Dios” (I Cor. 1, 22-25). “Les presenté claramente a Jesucristo clavado en una cruz” (Gal.3, 1). “No se dejen confundir y seducir para pasarse a otro evangelio, porque otro evangelio no hay”.(Gal. 1, 6-7). Pablo “no puede presumir sino de la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para él y él para el mundo” (Gal. 6, 14). “Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí...Vivo creyendo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal. 2, 19-20).Pablo pone su “orgullo en la persona de Jesucristo, en lugar de confiar en sí mismo o en sus méritos” (Fil.3, 3).”Nada vale la pena comparándolo con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. POR Él sacrifico todas las cosas; todo lo tengo por estiércol, con tal de ganar a Cristo y vivir unido a Él, obteniendo una salvación que no procede de la Ley sino de la fe en Cristo: salvación obrada por Dios y fundada en la fe…Quiero conocer a Cristo y experimentar el poder de su Resurrección, y compartir con Él sus padecimientos hasta asemejarme a Él en su muerte, para así lograr con Él la Resurrección de entre los muertos” (Fil. 3, 8-11). El Evangelio de San Juan coincide plenamente con lo que Pablo expresa sobre Cristo muerto en Cruz, aunque usa imágenes y otros términos. Desde un comienzo anuncia que “Cristo debe ser levantado en alto, como Moisés levantó la serpiente en el desierto” (Juan 3, 14-15), y que “quien levanta con fe la mirada hacia Él, tendrá salud”. Cuando Jesús pendiendo muerto de la cruz es rematado por la lanza que perfora su costado, se nos recuerda esta palabra de la Escritura (Zac. 12, 10) “Mirarán al que traspasaron” (Juan 19,37). Creo que es muy aclarador el episodio de la serpiente de bronce levantada por Moisés en un asta, y que se relata en Números 21, 4-9. ¿Por qué debió ponerse una serpiente de bronce en un palo, bien visible a los ojos de toda la comunidad?...Era costumbre antiguamente colgar la cabeza de un enemigo vencido o el cuerpo de un criminal ajusticiado de la muralla de la ciudad, como tótem de victoria (ver Judith 14, 11, donde cuelgan la cabeza del terrible Holofernes de la muralla); como testimonio inequívoco de su muerte y derrota; también para dar oportunidad de burlarse del enemigo o bandido que infundía tanto miedo y ahora ya no puede hacer más; seguramente también como signo de escarmiento…. En el desierto murieron muchas personas por las mordidas de las serpientes venenosas, que invadieron el campamento como castigo por las murmuraciones y rebeldía de los Israelitas contra Dios y Moisés. Suplicaron entonces a Moisés que intercediera por el pueblo pecador. Y Moisés logró apaciguar la ira de Dios, que les dio como remedio este consejo: “coloquen una serpiente de bronce en un asta, y todos los que fueron mordidas por las culebras quedarían curados, si miran con fe hacia la serpiente” (Num. 21, 19). La serpiente puesta en alto a la vista de todos significa: ¡miren no más!: la serpiente está muerta, es animal muerto. Ya no se mueve, no le tengan miedo. ¡Mírenla no más! Créanme: ya no tiene ningún poder para dañar, no representa ningún peligro. ¡Mírenla con esa fe y confianza! Cuando Jesús está levantado en alto, en la cruz “atraerá todas las miradas hacia sí” (Juan 12, 32). Juan 19, 5 no deja duda que este Cristo representa a todo el género humano: “He aquí al hombre”.Jesús clavado en cruz representa al “hombre viejo” con sus vicios e inclinaciones desordenadas, de que habla san Pablo. Dios cargó sobre Él toda la maldad del mundo, lo hizo como personificación de todo pecado. “A quien no cometió pecado, Dios lo hizo por nosotros reo de pecado, para que gracias a Él nosotros seamos transformados por Dios en salvados”. (II Cor. 5, 21).Su muerte entre dos bandidos lo simboliza bien (Luc. 22, 37 / 23, 39-43).Sí “Lo contaron entre los malhechores”. Este idea o concepto proviene de Isaías Cap. 53: “No tenía gracia ni belleza, para que nos fijáramos en él; tampoco aspecto atrayente para que lo admiráramos. Fue despreciado y rechazado….Como alguien a quien no se quiere mirar. Sin embargo él llevaba nuestros sufrimientos, soportaba nuestros dolores. Nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado….Pero eran nuestras rebeldías las que los traspasaban, nuestras culpas las que lo trituraban. Sufrió el castigo para nuestro bien, con sus heridas nos sanó….El Señor cargó sobre él todas nuestras culpas y extravíos. Lo arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron por los pecados de mi pueblo, lo enterraron entre los malhechores, aunque él no cometió ningún crimen. Mi siervo, el justo, traerá a muchos la salvación, cargando con las culpas de ellos. El cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores. Pero por haberse entregado a la muerte y haber compartido la suerte de los pecadores, por eso se le dará un puesto de honor entre los grandes, participará del triunfo de los poderosos”. Sí, Cristo murió por todos. Y esto significa que “todos han muerto” (II Cor. 5, 14).Pero esto trae consigo también, que ahora “han de vivir para Él y no para sí mismos”. Y Viviendo en Cristo son como Él y con Él “una nueva criatura. Lo viejo ha pasado; algo nuevo ha comenzado”. (II Cor. 5, 14-17). Cristo levantado en alto, clavado en cruz proclama: que el hombre viejo con sus pecados está muerto! Verlo así ha de llegar a ser: un mirarlo con fe: que el poder del pecado está quebrado y ya no nos puede tiranizar. Hay que ATREVERSE a mirarlo. Y no actuar como el publicano que fue al templo a orar y no atrevía a levantar los ojos al cielo (Luc. 18, 13). Sí, hemos de atrevernos a mirar al Crucificado, con profunda gratitud y confianza. Sin avergonzarnos. Con total confianza, porque este Hombre derrotado es un Triunfador, que perdona y promete el Paraíso hoy mismo. Con fe grande. Porque tiene su Corazón abierto de donde hace brotar torrentes de sangre y agua, símbolos de la gracia divina de reconciliación y regeneración. Creyendo que el valor inapreciable de su sacrificio es nuestro, porque estábamos incluidos en Él cuando murió. Atreverme a mirar al Crucificado me desafía a confiar en Él: Que realmente mis pecados fueron pagados, y que el pecado ya no me puede dominar. Mirar al Crucificado me compromete a vivir sin pecados, en santidad. El Crucificado fue resucitado al tercer día y puesto en gloria y poder sobre cielo y tierra. Es fuerza y vida nueva Y Él renueva mi vida. Por el bautismo me configuré con Cristo que murió y fue sepultado…Fue sepultado en un sepulcro nuevo, que soy yo. En el mismo momento de soltarme y deponer mi propio afán y autosuficiencia, Él entró en mí, tomó posesión de mí, me integró en su propia Persona como miembro, y empezó a vivir en mí, siendo Señor. Ahora revive su vida en mí. Soy extensión de Cristo, soy otro Cristo vivo en el mundo de hoy. Libre, sin ataduras de pecado; santo, lleno de alegría pascual, de amor y de Espíritu santo. La cruz y la muerte sin la Resurrección no tienen ningún sentido. Es pura absurdidad. Si Cristo no hubiera resucitado seguiríamos inexorablemente perdidos. Y si nuestra esperanza en Él no fuera más allá de esta vida, seríamos los más desdichados y miserables de todos los hombres (I Cor. 15,19) P. Cornelio Fouchier M.S.F.

martes, 17 de marzo de 2009

Te recibo con la cordialidad de Cristo.

¿A quién no le gusta ser bien-venido?

“Al ver a los tres hombres, Abraham corrió a su encuentro desde la puerta de la carpa, e inclinándose, dijo:
-Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu servidor.” (Gn 18, 2-3)

Según la enseñanza de la Iglesia, fundamentada en la Palabra de Dios, las parroquias son comunidades cristianas presididas por el párroco en las que:

* se celebra el culto divino,

*se vive la misión evangelizadora y

* la comunión fraterna que brota del encuentro con Jesucristo.

Estas finalidades se llevan a cabo con agentes pastorales, nuestra principal riqueza, en tiempos y lugares determinados.


Hablemos de los lugares

Cuándo viene alguien a visitarte a tu casa, si dispones de los espacios adecuados:

¿Lo recibirías en el dormitorio o en la cocina?
¿No lo harías en otro lugar más apropiado?

Así también:

en tu parroquia, son necesarios algunos espacios para recibir cordialmente al que se acerca para hacer alguna consulta o algún trámite, o para conversar con el sacerdote.

Más aún, si la persona que viene quiere reconciliarse sacramentalmente, es necesario que, en el templo, haya un ámbito religioso y reservado donde se pueda celebrar dignamente el Sacramento.

Día a día estamos construyendo nuestra comunidad en número y también en el orden espiritual.

Pero tenemos que seguir creciendo en la construcción de espacios físicos para cumplir las finalidades de toda parroquia.

El lema de nuestra propuesta es:

“¡Te recibo con la cordialidad de Cristo!”

Para que en la nueva etapa que estamos viviendo los católicos en “La Unión” podamos decir esto con más fuerza:

* Necesitamos transformar la actual secretaría en una capilla para la Reconciliación o Confesionario.

* Necesitamos también edificar las dependencias de recibimiento cordial que nos faltan; ellas son:
-la sala de espera,
-el lugar de atención del sacerdote y
-la secretaría parroquial.

* En etapas sucesivas, proyectamos también llevar a cabo una nueva sacristía, más funcional que la que tenemos, yuna capilla doméstica que podrá ser usada especialmente en las misas diarias durante el invierno.

Tus ganas de colaborar se pusieron de manifiesto en la construcción y refacción del espacio donde ahora funciona la casa del párroco.
Confiamos en que también asumirás este desafío con el mismo o con mayor entusiasmo.

Presbítero Gustavo M. Fernández Cáceres y Consejo de Asuntos Económicos

martes, 10 de marzo de 2009

La Pitonisa de Endor.

Publicamos el artículo que ha escrito monseñor José Ignacio Munilla Aguirre, obispo de Palencia, sobre esoterismo, horóscopos, y otras formas de adivinación.
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Supongo que el título elegido para este artículo puede resultar extraño para algunos lectores. La pitonisa de Endor es un personaje bíblico, que aparece en el capítulo 28 del Primer Libro de Samuel. La historia bíblica narra que el rey Saúl, aterrado ante la inminencia del ataque del ejército filisteo, y no sabiendo qué hacer, recurrió furtivamente a consultar a una adivina, la pitonisa de Endor, a pesar de que, anteriormente, él mismo había ordenado expulsar del país a todos los nigromantes y videntes. La desconfianza, y aquel silencio de Dios que le resultaba insufrible, hicieron que el rey Saúl cayera en la tentación de acudir al método de adivinación que él mismo había reprobado para sus súbditos. Es un pasaje bíblico de un gran dramatismo que, acaso, tiene más actualidad de la que cabe suponer (1Samuel 28). De horóscopos, tarots y mediums No estamos ante un hecho menor... Baste comprobar que muchos medios de comunicación, ante la disminución de la publicidad comercial, están recurriendo al negocio esotérico para salvar sus maltrechos balances. A diferencia de lo que ocurre en otros ámbitos de la economía, los momentos de crisis son la ocasión propicia para que algunos hagan fortuna, explotando los miedos, supersticiones, angustias y ansiedades de los que sufren.He aquí uno de los contrastes más llamativos de esta cultura occidental, que tanto alardea de no aceptar más dogma que las ciencias experimentales. Estamos ante uno de esos fenómenos inconfesables, que tienen mayor incidencia que la que estamos dispuestos a declarar en público. La ideología laicista y positivista se siente incómoda a la hora de reconocer esta paradoja: vivimos en una sociedad materialista, que hace alarde de su increencia, pero que, sin embargo, termina construyendo su peculiar "espiritualidad" a base de recetas esotéricas.El esoterismo y el ateísmo son dos cosmovisiones con muchos vasos comunicantes. En el fondo y en la práctica, la superstición es tan contraria a la fe, como lo es el ateísmo. Queda patente que la "credulidad" y la "increencia", lejos de ser dos fenómenos opuestos e incompatibles, son dos ramas de un mismo tronco: la desconfianza en Dios.El hombre moderno recurre al intento de adivinación del futuro, para liberarse de sus incertidumbres y aplacar sus miedos. Estamos ante una nueva edición del mismo pecado de desconfianza de Saúl. El auténtico antídoto contra esta tentación lo hemos recibido de Jesucristo: "La actitud cristiana justa consiste en entregarse con confianza en las manos de la providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda curiosidad malsana al respecto" (Catecismo de la Iglesia Católica 2115).El consejo que la tradición cristiana atribuye a San Ignacio es muy significativo: "Haz las cosas como si sólo dependiesen de ti, y luego espera y confía como si sólo dependiesen de Dios". De rumores, filtraciones y cotilleos... Aunque se trata de un "género inferior", los rumores, filtraciones y cotilleos pertenecen a la misma especie del esoterismo; o, cuando menos, son "parientes". Se trata de una tentación que está bien reflejada en el refrán que dice: "La información es poder". Es indudable que existe en nosotros una atracción morbosa hacia las "informaciones privilegiadas" o las noticias "en exclusiva". Los motivos pueden ser diversos: desde el deseo de protagonismo, hasta el ansia de curiosidad o el intento de superar las incertidumbres. Lo cierto es que ese afán desmedido de novedades, genera fácilmente una dinámica que nos aboca a multitud de "cotilleos", "vaticinios", "rumores", "filtraciones", "suposiciones"...Sin embargo, no es verdad que el acceso a determinados "secretos" nos preserve del riesgo de cometer errores. Muchas veces sucede lo contrario: cuanto más dispersos y ávidos de novedades estamos, más descentrados y alejados vivimos de nuestra propia realidad y del momento presente.La conclusión que extraemos es clara: La fidelidad a la verdad exige la renuncia a la pretensión de conocer y controlarlo todo. En esta cultura tan marcada por la ansiedad, me atrevería a destacar la importancia de los siguientes rasgos de madurez: Callar sobre lo que no se sabe; renunciar a curiosidades indiscretas que no son de nuestra competencia; no hablar de los ausentes, y si fuera necesario, hacerlo con discreción; renunciar a ejercer de profetas sin serlo; no preocuparse a destiempo; relativizar los problemas; practicar el "santo abandono"...He aquí una oración inspirada en los escritos de San Pío de Pietrelcina, muy adecuada para todos aquellos que, como Saúl, estamos tentados -de una u otra forma- a acudir a la pitonisa de Endor: "Señor, el pasado lo arrojo a tu misericordia. El futuro lo confío a tu providencia. Y sólo me reservo el momento presente para vivirlo y ofrecértelo en intensidad de amor".